Ayer,
como había decidido prácticamente desde que tuve conocimiento de la
convocatoria de las “Marchas de la Dignidad”, acudí a Madrid a
mostrar mi indignación por las políticas que se han llevado a cabo
en este país desde que la amenaza de la crisis empezó a sobrevolar
nuestras cabezas.
Mi
sentimiento era de esperanza, ilusión, pero también de cautela
emocional, pues no habría sido la primera vez en la que me hubiera
forjado una idea de cómo debería de ser y sería la protesta y me
hubiese llevado una gran decepción.
Sin
embargo, no fue así esta vez, más bien casi podría decir que la
concentración superó incluso mis mejores expectativas.
Allí
estábamos cientos de miles de personas en el Paseo del Prado
intentando avanzar y sin poder hacerlo por la ingente cantidad de
manifestantes indignados que, sumados a los de la capital, habíamos
llegado a Madrid.
He
de reconocer que no soy persona de aglomeraciones y que, por un
momento, estuve tentada de abandonar el centro de la manifestación,
pues la concentración de personas por metro cuadrado era tal, que
casi sentía que me faltaba el aire para respirar y llegue a sentir
incluso ansiedad.
Por
circunstancias personales y casualidades de la vida, hicimos la
marcha con aquellos que habían acudido a la misma desde el País
Vasco, ya que, más o menos, la gente se sumaba a la marcha por
colectivos o por comunidades autónomas. Casualmente, delante de mí,
los compañeros que habían acudido desde la Comunidad Valenciana,
entre consigna y consigna, estallaban alguno que otro de los escasos
petardos, resaca de las recientes fiestas falleras.
El
ambiente, inmejorable, consignas en diferentes lenguas y banderas de
todo color y condición, con una misma sintonía: techo, pan y
trabajo; la defensa del derecho de todos los ciudadanos a vivir
con dignidad. Próximos a nosotros, abanderados de Izquierda Unida de
Andalucía y distintos movimientos sindicales y a nuestro alrededor,
una multitud de ciudadanos, imagino que madrileños q nos adelantaban
por la derecha y por la izquierda a fin de conseguir llegar a Colón.
Una preciosa imagen de España, unida por sus derechos, que a
aquellos que tanto defienden la unidad nacional, poco parece
importar.
Al
fin conseguimos avanzar, más no todos llegamos juntos a la plaza de
Colón. Los compañeros que habían llegado desde Euskalherria con
sus ikurriñas al hombro, optaron (y no fueron los únicos) por dar
por terminada la manifestación a la altura de Cibeles pues era tanto el
gentío que ocupaba ya hacía más de una hora la plaza, que
resultaba casi imposible poder llegar. Y dado que habían de coger
los autobuses de nuevo para regresar al País Vasco, enrollaron sus
banderas y entre abrazos y felicidad, nos despedimos.
No
obstante, yo quería llegar a Colón, era la culminación de la
marcha y quería hacerla hasta el final, así que, los que íbamos a
pernoctar en Madrid, seguimos avanzando con dificultad hasta el
escenario en el que los compañeros impulsores y organizadores de la
marcha, leían sus discursos entre gritos de #sisepuede y de lucha de
la clase obrera.
Una
ya tiene una edad y el madrugón y las duras horas de espera de pie
sumadas a la lentitud de la marcha, habían hecho mella en mis pies.
Las necesidades fisiológicas, porque no decirlo, y la satisfacción
de haber cumplido ya con el deber social, nos hicieron optar también
por dar por concluida nuestra participación y, aproximadamente sobre
las 8 y media de la noche, felices, dejamos atrás la plaza de Colón
abarrotada de dignidad.
De
lo que pasó después, no me preguntéis en primera persona, pues
nada pude ver. Con la batería bajo mínimos, no podía estar en
tweeter con la presencia que hubiese deseado, si bien, de vez en
cuando, le lanzaba una miradita para poder seguir disfrutando del
éxito de la multitudinaria y por supuesto, absolutamente pacífica
manifestación que acababa de tener lugar. Como no podía ser de otra
manera, por otra parte, dada la calidad humana del 99,9 % que había
participado en ella, si no el 100%.
Más
mi felicidad, no tardó en hacer aguas. Creo que ni siquiera eran las
nueve de la noche, hora en la que aproximadamente tenía previsto
concluir el acto en Colón, que ya comencé a ver tweets que
informaban de que la Policía había irrumpido en la Plaza. Al poco,
hablaban de cargas y poco más tarde, de que intentaban desalojar a
quienes habían pretendido acampar en Recoletos, cosa que no dude que
pudiera pasar y que tampoco puedo censurar, pues tengo la suficiente
humanidad como para comprender que, quienes habían recorrido cientos
de kilómetros a pie (parados de larga duración en su mayoría) no
se iban a alojar en un hotel; así como que, en la esperanza que para
muchos fue aquel #15M de que con unión y solidaridad las cosas
podían cambiar, viesen la única posibilidad de terminar con el
sufrimiento y la pesadilla que deben ser sus vidas a día de hoy.
De
lo que iban a hacer los “Medios de manipulación”, sí que no
tenía ninguna duda. Llevaban semanas silenciando la protesta. Tan
sólo ante su inminencia, comenzaron, cada uno en su estilo, a
posicionarse al respecto: unos mostrando declaraciones como la del
Presidente de la Comunidad de Madrid (muy digno él y su gestión de
la Sanidad y sus chanchullos en la compra de un apartamento en
Marbella), nos llamaba Nazis al puro estilo Amanecer Dorado; otros,
destacando el enorme despliegue policial que había de ser llevado a
cabo ante el acoso al poder de las hordas comunistas que acudían a
Madrid a atentar contra el orden Constitucional y legítimo salido de
las urnas; otros, simplemente como si la manifestación que iba a
tener lugar (y que medios internacionales cifran en 2 millones de
asistentes), fuera algo puramente anecdótico.
Pero
la puntilla fue cuando el viernes, en el telediario de Antena 3,
anunciaron a bombo y platillo la agonía de Suárez y dedicaron casi
30 minutos de las noticias a hablarnos de él, no sólo de él, sino
también de toda su parentela, al más puro estilo “amarillista”
y manipulador, lo que no les dejo tiempo suficiente para hacerse eco
de la multitudinaria protesta ciudadana que a escasas horas iba a
tener lugar en Madrid.
Que
yo sepa, y a no ser que se haya conocido la noticia en el rato que me
he dedicado a escribir este post, Suárez, sigue aun con vida. Eso
sí, agonizando, como tal vez agoniza también la democracia a la que
en la transición, y de su mano, creímos acceder.
Tiempo
quedará por delante para los homenajes y las críticas, que de todo
mostrarán los medios de manipulación.
Yo
me quedo con lo positivo. No sé si a muchos de vosotros Jordi Évole,
con su “fantástico” #23F, os hizo daros cuenta de lo fácil que
es mentir, manipular y engañar pero lo que tengo claro es que, en lo
que a la cobertura de la lucha de los ciudadanos por sus derechos y
por unas mínimas condiciones de dignidad para las clases
trabajadoras y para quienes se ven privados hasta de serlo, la
manipulación de la cobertura del #22M en este país, merece un
Óscar, que no un Pullizer.
De
verdad creéis que votáis lo que creéis y no lo que los medios
quieren que creáis.
Que
cada uno intente encontrar la verdad como pueda porque no nos la
piensan contar.
Y
vamos, de mal, en peor.